No se puede ir a la montaña con una sensación preestablecida. Con una idea preconcebida de lo que nos deparará el terreno, el camino y la mañana, a pesar de que conozcamos algo los caminos y terrenos por donde vayamos a transitar.
Los elementos que pueden cambiar las excursiones son tan imprevisibles que lo que ayer fue de una manera, hoy puede ser de otra muy distinta. Incluso sin añadir como se siente cada uno al marchar por los mismos caminos en diferentes días.
Este pasado domingo las tierras de Peralta apenas fueron visibles para los caminantes, para nosotros, que tuvimos en todo momento una espesa niebla que impedía ver y observar con deleite todo lo que no fuera pisado por el grupo.
Pero a su vez, la falta de grandes paisajes nos provocó un acercamiento al terreno, la vista más allá de unos metros no tenía sentido y nos centramos en lo cercano, en esos caminos de sierra, en las subidas y bajadas cortas y permanentes que daban a la excursión un punto de aventurilla, también por lo dificultoso del camino lleno de barro resbaladizo.
Al final, lo que parecía una caminata por terrenos pedregosos y sin vida, se convirtió en una agradable jornada, jalonada de pequeños retos constantes que no nos dejaban tregua para el aburrimiento.
Para los próximos días ya se save. No hay que imaginar como será el camino, la marcha. Tan solo ir viviendo, ir sintiendo todo lo que se vaya viviendo tanto en el recorrido como lo que la vista abarque.
Que cada día sea una nueva aventura y que nosotros podamos vivirla.