Los efluvios viscosos que emanan de la amanita muscaria, me han llevado a un mundo rodeado de gnomos y duendes llenos de sonrisas. Llevaban también sus propias mochilas para pasear por ese mundo onírico, que no se si es el suyo o el mio, o de todos los que transitamos por las sendas del valle de Ocón.
Un lugar que se vacía poco a poco, como parte del interior donde no llegan las comodidades de la gran ciudad. Pero nosotros, ahitos, atiborrados de ciudad, buscamos perdernos en los valles remotos, en los montes, alejándonos de la excesiva urbe, llena de ruido, de contaminación, de individualidad.
En los pequeños pueblos al extraño se le saluda, se le pregunta, y la comunicación surge casi siempre. En la Ciudad, solo eres un engranaje perdido entre la marabunta.
Por eso nos gusta caminar entre las hayas, entre los robles, subir a los cerros y a los montes y llevar la vista hasta donde nos dejen los cansados ojos. sentir el viento en la cara y guarecernos entre la maleza para continuar después hasta el final del recorrido previsto.
Y en días como el de ayer, sentarnos en torno a una mesa y disfrutar de la comida y de la charla distendida, poner sobre la mesa unos chistes y divertirnos, recreando el día, los momentos divertidos o algunas veces, los peligrosos instantes que van dando vida a nuestras marchas.
Al final de estos días, algún efluvio más, evolucionados de plantas sobre todo, nos ponen un punto de alegría que nos sirve para pasar la semana pensando en volver a recorrer otras tierras, otros montes, otras latitudes donde volver a sentir la vida con plenitud.
Hasta entonces, feliz semana.
Como antigua compañera de montaña Amaya, mis condolencias a todos. Y aunque he trasladado mi pésame a Asun y a…