La mañana comienza con evidentes signos de frio. El terreno está cubierto con una capa blanquecina, que da al paisaje una glacial impresión.
Pero la vista pronto tropieza con elementos más agradables. Una impresionante cascada de agua nos deleita y otras más pequeñas nos acompañan mientras seguimos el camino marcado. El suave rumor del agua nos conduce durante un tramo del recorrido, y lo vadeamos varias veces para proseguir por terrenos más secos en pos de nuestros destinos.
Las metas de los montañeros siempre son las cumbres, independientemente de lo agreste del paisaje, o de las dificultades que la maleza y el arbolado nos pongan para llegar a ellas. En esta ocasión, las hemos sentido sobre los propios cuerpos. Pero somos incapaces de dejar para otra ocasión el empeño y al final, hollamos las cumbres, aunque ni siquiera sean nombradas por su relevancia en altitud.
Las bajadas suelen ser más duras que las subidas, pero eso lo dejaremos para otro día.
En la cumbre del segundo monte de la mañana, recordamos a un compañero ya más allá de los montes, y ya hasta el final de la expedición nuestro pensamiento en bajar y llegar sin percances y en hora al autobús. Lo primero se cumplió, no tanto lo segundo. A veces el terreno nos impide medir con exactitud lo que nos costará la ruta. Hoy por lo agreste del camino nos ha llevado más tiempo del deseado. Esperemos para próximas salidas acertar más y cumplir un horario adecuado.
Como antigua compañera de montaña Amaya, mis condolencias a todos. Y aunque he trasladado mi pésame a Asun y a…