ORIÑON

Comenzábamos la mañana por senderos de tierra húmeda que presagiaban resbalones por doquier. Pero al llegar a los claros, el terreno cambió de rumbo. Las piedras entre la maleza sobresalían sin dejar a la vista el suelo. Una trampa de hierbas y pequeños arbustos con continuos escalones. Las piedras eran más nuestras aliadas que nuestras enemigas. Si alguna vez nos ha encantado pisar piedras, esta ha sido una de esas veces.

El recorrido hasta lo más vistoso del día, un continuo subir y bajar, sobre todo la cabeza para encontrar el paso perfecto y no perderla en algún despiste. ( al que le pasó fue mas un susto que otra cosa)

Una vez llegamos a los ojos, se nos inundaron de brillo, los nuestros, nuestros ojos, de ver el panorama que teníamos delante. Después de cientos de fotos, poses y buen ambiente, de nuevo la bajada, la última del día, para el merecido descanso. Pero aquí nos atacó una banda de insectos que dejó picotazos a unos cuantos. Al menos al que esto escribe, le acribillaron. Todavía siento sus garras en mi carne. Además de unos cuantos resbalones y alguna caída sin importancia. Tan solo la que recibió la cámara, que en un traspiés, se rompió la correa que se sujetaba a mi cuello y cayó rodando dos o tres metros, rompiéndose algo por dentro, algo que nos mantendrá apartados unos días si es que se puede recuperar.

Otro día más que regresamos a la rutina, aunque sea para prepararnos para la siguiente marcha por los abruptos terrenos cercanos a Orio